Y entonces, la vida...

 Hubo un tiempo que el único significado que yo le encontraba a la vida era el de respirar. 

De niño, no tenía ninguna noción al respecto, y lo poco que sabía lo aprendí principalmente de dos fuentes: la primera eran los adultos que decían: `la vida es dura', y la segunda eran las canciones que ocasionalmente escuchaba en reuniones familiares, las cuales hablaban de desamores o arrepentimientos. Con el transcurrir del tiempo no fue mejorando, pues la poca experiencia, situaciones triviales, inseguridades, pensamientos propios, entre otros, hicieron que todo sea solo ganar dinero y salir a divertirse u ocasionalmente pasar tiempo con mi familia. Lo cual no está mal, pero supongo que en aquel momento no lo aprecié como debería haberlo hecho.

Sin embargo, hasta ese momento, los cambios, por más raros que hayan sido, se sintieron muy naturales. Algo así como cuando una persona se deja llevar por las olas y no nota que se mueve junto con ellas. En el momento indicado alguien importante para mí me cuestionó mi forma de ver la vida, de tal manera que realmente me hizo replantearme si lo que yo quería para mí o si mi cosmovisión de la vida era la correcta.
Y por primera vez, me sentí perdido. 

Fue solo cuestión de tiempo hasta sentirme desesperado, deambulando, intentando encontrar un significado o incluso a mí mismo. Pasé por varias etapas, tan hermosas como dolorosas. Me uní a varios grupos, exploré diversas doctrinas, probé cosas nuevas y viví aventuras increíbles y conocí tantos lugares; sin embargo, nada parecía suficiente ni me proporcionaba respuestas. 

Tal y como dice el dicho: 'Cuando el alumno está listo, el maestro aparece'. Pues bien, mi maestro llegó en forma de varios mensajes pronunciados por distintas personas, y cada uno en el momento oportuno para ser comprendido. Probablemente mi cambio de mentalidad, los años vividos o los errores cometidos contribuyeron a que al final del día, todo se haya aclarado.

Ciertamente no puedo afirmar que tengo todas las respuestas, pero sí puedo decir que me he encontrado a mí mismo y he construido mi propio significado de la vida, el por qué y para qué estoy aquí.  He llegado a comprender que la esencia de la vida, en su sencillez, se resume a dos pilares fundamentales: el ayudar y la autoconciencia. 

Cuando hablo de "ayudar", no me refiero solo a gestos materiales, económicos o favores tangibles. Es más bien hacerlo de forma desinteresada a quien lo necesite o quién nos lo pide; cuidar a otro como si de nuestra familia se tratare. Sin esperar nada a cambio y sin buscar que otros se enteren. En cuanto a la autoconciencia o "entrar en consciencia", implica un viaje interior a la autenticidad, conocernos a nosotros mismos, entendernos, amarnos y reconocer ese amor que fluye a través de todo lo que existe.  Amar también a Dios, pero, no me refiero a ese dios de los libros "sagrados", sino de esa energía que da vida.

Es importante destacar que con esta perspectiva no está incorrecto el querer o hacer algo diferente, como puede ser trabajar, aprender, divertirse, salir o comprar alguna cosa. Vivímos en una sociedad y como tal, debemos adaptarnos a ella sin perder nuestro equilibrio. Pienso que nosotros como seres humanos, vivos y conscientes, somos una trilogía: mente, cuerpo y espíritu. El espíritu, para un mejor entendimiento, también le podemos llamar alma o nuestra consciencia misma. Si nos dejamos embriagar por nuestros miedos, nuestro ego, nuestras ambiciones desmedidas, perdemos el rumbo de nuestra evolución personal y como especie. 





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