Pishtaco - Nakaq





Pishtaco (Nakaq, Degollador)
El tema de los pishtacos es tradición muy antigua en el mundo andino, que por otro lado es conocida en toda la sierra peruana, aunque en algunos lugares tome otros nombres. En el quechua del sur se le conoce como nakaq y se cree que pishtaco es su traducción al castellano. Esta creencia viene seguramente de que la sierra central ha sufrido un mayor mestizaje y de que es más fácil de rastrear el origen quechua de nakaq. Según el cronista Blas Varela, Nacac se llamaba a los carniceros o desolladores de animales para sacrificios (Cit. en Morote 1952: 67-91). Sin embargo, Arguedas sostiene, con justa razón, que: No se llama nakaq a los carniceros en los pueblos de Ayacucho y Apurímac donde he vivido, así como no se llama pishtacu a los de ese mismo oficio en Jauja. Nakaq o pishtacu son los degolladores de seres humanos (Arguedas 1953: 218-228). Aunque dotado, según muchos, de poderes mágicos, no es un condenado ni un ser de la otra vida, pues aparece como un hombre de carne y hueso que tiene como «oficio» matar a las personas, extraerles la grasa y venderla. La grasa humana, según las épocas y lugares, sirve para fabricar campanas (los españoles eran grandes constructores de iglesias, sólo en Ayacucho hay 33); hacer remedios; lubricar máquinas sofisticadas o, últimamente, pagar la deuda externa.
 
El pishtaco prehispánico

Cuenta Guaman Poma 1613: 251: “A estos hechiceros dicen los cuales tomaban una olla nueva que llaman ari manca, que lo cuecen sin cosa nenguna y toma sebo de persona y mays y zanco y plumas y coca y plata, oro y todas las comidas. Dicen que le echan dentro de la olla y los quema muy mucho y con ello habla el hechicero, que de dentro de la olla hablan los demonios (...) Estos dichos pontífices de los Yangas hacían ceremonias con carneros y conejos y con carne humana, lo que les dauan los Yangas. Toman sebo y sangre y con aquello soplaban a los idolos y uacas y los hacían hablar a sus uacas y demonios”.
 
El pishtaco hispánico

En el mito de Inkarri (sobre la decapitación del Inca por obra de su hermano Españarri y su próxima reintegración) recogido por Ortiz Rescanierre en Huamanga, se relaciona la aparición de los degolladores con la conquista: La tierra tembló y la cabeza de Inkarri la escondió su hermano. Desde entonces surgieron los degolladores  (Ortiz Rescaniere 1973: 139)  Cuenta Cristóbal de Molina, el Cuzqueño: “El año de setenta y uno [1571], tras de haber tenido y creído por los indios, que de España habían enviado a este Reino por cuenta de los indios, para sanar cierta enfermedad, que no se hallaba para ella medicina sino el unto [grasa humana]; a cuya causa, en aquellos tiempos andaban los indios muy recatados, y se extrañaban de los españoles, en tanto grado, que la leña, yerba y otras cosas no las querían llevar a casa de español; por decir no los matasen allí dentro, para sacarles el unto”. (Molina 1574: 79).
 
Los pishtacos de hoy

En versiones modernas, la grasa extraída sirve para fabricar remedios (recordando la versión de Molina), o se usa en la fabricación de campanas (que así suenan mejor y más lejos) o para hacer funcionar máquinas. Los pishtacos o nakaq viven normalmente en las laderas o montañas lejanas y poco pobladas; sin embargo, en septiembre de 1987 llego a Ayacucho la «noticia» de que estaban en la ciudad. Alan García habría decidido convertir la región en una especie de coto de presas humanas para pagar con la grasa de ahí extraída la deuda externa. Estos «nuevos» pishtacos incluyen, en combinación que no respeta limites, características del extranjero, el antropólogo, el militar y el terrorista. Según un artículo que Abilio Vergara y Freddy Ferrúa publicaron en una revista de actualidad: “Son altos, blancos, de cabello rubio, algunos con barbas, su hablar tiene dejo de gringo; visten con un abrigo hasta las rodillas, con botas, tienen cuchillo, pistola y en otros casos se menciona que llevan metralletas. En algunas versiones visten con blue jean y gorro de lana”. (Vergara y Ferrúa 1987).

El 9 de septiembre de ese año se produjo el linchamiento de un nakaq: pobladores de un pueblo joven de Ayacucho encontraron un nakaq (que es la denominación regional), lo lincharon y quisieron hacer lo mismo con sus acompañantes. Cuando lo llevaban, el joven trató de convencerlos de que no era nakaq: “soy humilde como ustedes, mis padres son humildes como ustedes, decía.” La respuesta fue: “si eres como nosotros, a ver, habla en quechua.” «No sé quechua porque soy huancaíno, pero soy un trabajador como ustedes» fueron sus últimas palabras antes de ser linchado. (Diario La República 11/9/87). A diferencia de lo ocurrido en los linchamientos de saca-ojos en Lima, el del pishtaco sí prosperó. Esto haría recordar la gran matanza de españoles propiciada por Tupac Amaru, que además insistía en que no los enterrasen: “son unos excomulgados y también unos demonios, de suerte que el privilegio de sepultura eclesiástico solamente lo gozaban los indios”. (Szeminski 1983: 194).
 
En el gobierno del presidente Prado, estos hombres eran pagados por el gobierno. No eran, pues, cualquier hombre, sino eran ellos fuertes, macetas, altos y blancos; incluso eran cuidados por el clero y bautizados para ese trabajo. Allá en ese cerro Cuchihuayacco y al frente en Cutupaita, en la subida del Watatas [río] están esos lugares donde vivían los pishtacos. A cualquiera que pasaba por ahí lo descuartizaba, llevando a un inmenso penacho donde tenía preparado el lugar de su matanza.
Una vez que lo descuartizaba lo colgaba en unos eslabones, como un carnero cortado por el largo de todo el pecho. Dicen, pues, que goteaba el aceite humano y éstos recogían en grandes vasijas para luego llevarlo al gobierno y lo exportaban al extranjero a buenos precios. En estos tiempos estaban surgiendo las grandes máquinas en los países adelantados y mejor funcionaba con el aceite humano.
Todo ese trabajo de sacar aceite lo hacían de día a pleno sol.
(Relato presentado por Herminia Alcarraz Curi en 1981 como parte de un curso de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. El informante MPQ tiene 37 años y vive en la comunidad de Guayacondo de donde es originario. Publicado por Ansión 1989: 174).

Una interesante variante del mito, con rasgos de sincretismo, es la del Niño Naqaq:
Se trata de una efigie del niño Jesús representado con un puñal en la mano para matar. Cuando se desea la muerte rápida de personas enfermas con larga agonía llevan la efigie del Niño junto al lecho del paciente para orar y pedirle que lo recoja rapido, es una especie de eutanasia ritual. La fiesta del Niño Naqaq había perdido vigencia, pero según Juan José García Miranda se ha revitalizado «a consecuencia de la crisis generada por la violencia político-social» (García Miranda 1993: 153)

El pishtaco tiene tanta importancia en la mitología andina que Mario Vargas Llosa ha tenido que introducir su propia versión cuando hizo una novela sobre el fenómeno terrorista en la sierra sur peruana:

“Lituma entrecerró los ojos. Ahí estaba. Foráneo. Medio gringo. A simple vista no se le reconocía, pues era igualito a cualquier cristiano de este mundo. Vivía en cuevas y perpetraba sus fechorías al anochecer. Apostado en los caminos, detrás de las rocas, encogido entre pajonales o debajo de los puentes, aguardaba a los viajeros solitarios. Se les acercaba con mañas, amigándose. Tenía preparados sus polvitos de hueso de muerto y, al primer descuido, se los aventaba a la cara. Podía, entonces, chuparles la grasa. Después, los dejaba irse, vacíos, pellejo y hueso, condenados a consumirse
en horas o días. Esos eran los benignos. Buscaban manteca humana para que las campanas de las iglesias cantaran mejor, los tractores rodaran suavecito, y, ahora último, hasta para que el gobierno pagara con ella la deuda externa. Los malignos eran peores. Además de degollar, desenlojaban a su víctima como res, carnero o chancho y se lo comían. La desangraban gota a gota, se emborrachaban con sangre. Los serruchos creían esas cosas, puta madre. ¿Será cierto que la bruja de doña Adriana había matado a un pishtaco?”
(Vargas Llosa 1993: 66-67).

La versión que Vargas Llosa nos ofrece a lo largo de su novela tiene muchas diferencias con respecto a las recogidas de la tradición oral. Las más saltantes en la cita son el uso de polvos mágicos para adormecer a sus víctimas y la existencia de dos clases de pishtacos, una de las cuales deja vivas a sus víctimas a pesar de sacarles toda la grasa del cuerpo (¿se podrá?).

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